ESCANEJAT D´AQUEST LLIBRET QUE VA FER LAS DELICIES DE LA MEVA INFANTESA.
ESCANEADO DE ESTE LIBRITO QUE HIZO LAS DELICIAS DE MI INFANCIA . A CONTINUACIÓN LO TRADUZCO AL CASTELLANO.
BONA NIT.
A continuación tradueixo al español, aquest conte.
Les lectures de les Historietes Exemplars d´ en Josep Maria Folch i Torres, feren les delicies de la meva infantesa .
PAU I BE.
Desde Valencia amb carinyo
BUENAS NOCHES:
A continuación traduzco al castellano este cuento.
Las lecturas de las Historietas de José Maria Folch i Torres, hicieron las delicias de mi infancia.
EL MISTERIO DEL ZAPATERO
El, pobre hombre, trabajaba de un día al otro, doblegado delante del banco de trabajo, sin prestar atención a nadie, siempre con las manos puestas en el trabajo, sin reposo.
Una especie de biombo, cubierto de tela saco, constituía su mínimo quiosco, ocupando un tercio de la entrada de la escalerita. De día, sobretodo, al caer la tarde, sacaba su establecimiento tan afuera como podía, para aprovechar la última claridad que el cielo dejaba caer, muy escasa, encima de aquel callejón insano.
El no hacía ningún mal a nadie, pobre zapaterito trabajador. Pero como tenía todo el aire de remendón, la chiquillería la hacían tantas travesuras como podían.
Habitualmente iba mal afeitado, y los escasos cabellos que le quedaban, se los peinaba de lado para cubrir la calva, pero sin llegar a lograrlo.
Pero todo eso, la chiquillería encontraban en el zapaterito aliciente de bromas pesadas, al salir de la escuela.
El zapaterito sufría mucho las malas pasadas de los gamberros, pero no creáis que les tuviera rencor.
Por esto, justamente, le dolía más; porque nada le complacía tanto como oir los alegres gritos de los chicos del estudio cuando se escampaban por la calle, como un vuelo de pájaros que hubiera estado enjaulado hacía días, y de repente, les dieran la libertad.
Y si pasaba la alegre voladura sin hacerle daño, su gozo era tan grande, que de buena gana habría salido a la calle para darles las gracias.
Esta reacción del zapatero, tenía una razón oculta. Seguramente algún misterio envolvía su oscura vida, porque la actitud del zapatero, su cara de aflicción constante, su poco hablar y su gran afán de trabajar, eran cosas que se comentaban entre las mujeres vecinas, sin que ninguna de ellas hubiese nunca podido descubrir el intringulis.
Pero lo que más misterioso hacía vivir de aquel hombre humilde, era que, a menudo, interrumpía su trabajo, para bajar al sótano de la casa donde tenía su miserable habitación. Eran pocos los momentos que permanecía abajo, pero los viajes que hacía durante la jornada eran frecuente.
Un día, al salir los chicos de la escuela, tuvieron una reunión para tratar de que le harían al pobre zapatero.
Había partidarios de todo. Unos proponían pasar corriendo y dar un fuerte empujón al biombo, hacerlo caer encima de la cabeza del zapatero, y apretar hasta que la tela del saco se rompiese y saliese la cabeza calva por el agujero.
Este plan los hacía reir tanto, que eran partidarios casi todos los chicos, solamente que lo encontraban difícil de realizar, porque si bien no le costaría mucho de empujar el biombo, había que tener mucho temple para después no huir y quedarse allí apretando hasta reventar la tela.
Jaimito, que era el inventor de la broma, se ofreció a llevar esta segunda parte de la maldad.
Era un sábado por la tarde. La calle no estaba transitada, y todo parecía hecho a posta para poder jugar aquella mala broma al resignado y pacífico zapatero.
Este estaba trabajando con su afán de siempre, lejos de suponer que en aquellos mismos momentos se estuviera tramando contra él, tan desaventurado proyecto.
Cuando más abstraído estaba el pobre hombre, vió caer de repente encima suyo, el biombo. Y fue con tanta fuerza que fue dado el empujón, que su frente topó contra el martillo que había encima del banco de trabajo, causándole una herida de consideración.
El autor de la estúpida broma, que no era otro que Jaimito, no pudo ver el mal que acababa de causar; y tal como lo tenía meditado, cogió fuertemente el vestigio del biombo, y zarandeándolo repedidamente, no lo dejó ir hasta que la tela se rompió, y salió por el roto la cabeza ensangrentada de la pobre víctima.
Todos los chicos que estaban allí contemplándolo, arrancaron a correr, pero cuando Jaimito iba a hacerlo, tropezó con el parapiés de la entrada y cayó, quedándole el pié cogido entre las patas del biombo y el escaloncito de la entrada.
Los fugitivos, medio escondidos detrás de la cercana esquina, espiaban lo que sucedería, atolondrados al ver que Jaimito, por más esfuerzos que hacía, no podía levantarse.
El zapatero, antes que él, pronto pudo librarse del biombo, y entonces, sin apresurarse y sin ningún afán de venganza, cogió a Jaimito y lo ayudó a levantarse.
Enseguida que estuvo de pié, intentó huir, pero el zapatero le tenía la mano cogida y no lo dejó irse.
-¡Déjeme ir!-gritaba Jaimito, amarillo como la cera, y con los ojos a punto de llorar.
-No te quiero hacer daño-respondió el zapatero con la voz rota -Sólo quiero mostrarte una cosa...
Diciendo esto, lo condujo al sótano.
Jaimito, miedoso, pero impuesto por el deje de tristeza que tenían las palabras del zapatero, lo siguió, y después de bajar el tramo de la escalera que terminaba en el oscuro subterráneo, se encontró delante de una cama, que más parecía un saco, en el cual estaba tumbado un niño de siete años, delgado, pálido, ojeroso, inmóvil.
Una triste claridad entraba por una ventanita y le daba en toda la cara, resaltando más su palidez.
-¿Ves? Este es mi hijo- dijo el zapatero, mostrando aquel esqueleto viviente a Jaimito-Mi hijo-repitió-, mi pobre Ramoncito...No tiene madre, ni tiene salud ¿sabes? El pobrecito nació flaco, con las piernas débiles, sin forma, como dos palitos, y nunca pudo andar...¡Oh si pudiese andar! Quizás entonces se curaría de esta delgadez, porque podría tomar el sol, y correr como vosotros.
El zapatero hizo una pausa. Jaimito bajó la cabeza confundido delante de aquella miseria.
-¡Oh perdóneme, perdóneme!- gimió Jaimito, emocionado!
-No hace falta que te perdone, porque ya hace tiempo que os perdono todas las jugarretas que me hacéis...Y¿sabes porque os perdono y porque no me quejo de vosotros? Pues porque cada vez que os veo correr y huir ligeros, pienso en mi hijito y le pido a Dios que le dé la misma salud y ligereza que a vosotros.
No os tengo ni os tendré nunca rencor, porque vosotros no sabéis la pena de mi vida, y os hacía reir este pobre zapatero, triste y encogido, vosotros que sólo tenéis alegría y gozo en el corazón.
¡Ah si mi Ramoncito pudiera hacer como vosotros! ¡Si él pudiera hacer pillerías como vosotros!
Jaimito lloraba a lágrima viva, y el enfermito sonreía al ver allí, cerca de él a un chico, él que nunca había podido jugar con nadie.
De pronto se oyó gritar en la escalera. eran los compañeros de Jaimito, habíen visto que el zapatero se le había llevado abajo y que tardaba en salir, temían que le hubiera secuestrado, y se habían atrevido a reclamarlo con grandes gritos.
Jaimito subió, por indicación del zapatero, y al ver a sus compañeros les dijo:
-¡No gritéis así...!
Y no sabiendo como expresarse todo lo que sentía y todo lo que quería decir, les indicó con la mano que vinieran y los acompañó delante del enfermito.
-Es tulladito de las piernas y no puede salir a tomar el sol, ni puede jugar con nadie.
El enfermo sonreía, y sus ojos brillaban de gozo al ver a tantos chicos, tan llenos de salud.
El zapatero estaba con la tarea de mojarse el pañuelo y limpiándose la herida de la cabeza.
¡Pobrecito!-exclamó alguien, acercándose al enfermo.
Y no sabiendo que decirle, vació encima de la cama todo el bolsillo lleno de cartones.
Otro, imitando el ejemplo, le dió unas estampas; otro le regaló una peonza; y todos dejaron una ofrenda al pobrecito inválido.
El zapatero, hacíendo ver que se secaba la herida, se pasaba el pañuelo por los ojos. el enfermito decía con los ojos, la gran alegría que sentía...
A la mañana siguiente, que era domingo, hacía media mañana, llegó a la escalerita, Jaimito con un carro con barandillas que los Reyes le habían llevado aquel año, acompañado de tres o cuatro amiguitos del colegio.
-Quizá Ramonet cabría, y así podría tomar el sol- dijo Jaimito, con encantadora ingenuidad,
El zapatero se lo miró tan tiernamente, que parecía que quería besarlo con la mirada.
-¡Hace mucho tiempo que trabajo para ver si le puedo comprar un cochecito!-exclamó contemplando el carrito como si fuera un niño y los reyes se lo hubieran llevado para él.
-¡Pues aquí tiene el mío.Yo mismo lo quiero llevar...-terminó Jaimito
Loco de alegría, el zapatero bajó al subterráneo y después de abrigar bien al enfermito, lo cogió en brazos y lo colocó con una almohada dentro del carro de Jaimito.
Este, más contento que el mismo enfermo, empujó triuntante los brazos del pequeño vehículo, y seguido de sus amigos, fueron a buscar el lado de la calle donde el sol lucía, y empezaron a hacer correr el cochecito arriba y abajo, con gran alegría del enfermito y de los que lo empujaban.
El zapatero, desde la escalerita, contemplaba aquel cuadro encantador y mientras su hijo reía como nunca hubiera reído, el lloraba como unca había llorado de alegría y felicidad.
Desde aquel día, cada jueves y cada domingo, se presentaba Jaimito con su carrito, y acompañado de sus amigos, jugaba y hacían jugar al pequeño Ramoncito, que al cabo de unas cuantas semanas, empezó a mostrar en sus mejillas las rosas de la buena salud que se anunciaba.
Y un día que Jaimito dijó al zapatero si le molestaba que fueran tan a menudo, el les respondió sonriendo:
-Para mi mejor que vengáis más a menudo aún;hasta que mi Ramoncito tenga alegría para ir a hacer travesuras a los zapateros remendones.
PAZ Y BIEN.
Desde Valencia con cariño, Montserrat Llagostera Vilaró